drodriguez 29 octubre, 2013

El concepto de soberanía implica libertad. Cuando se habla de un país soberano, se habla de una nación independiente en lo económico, lo político y lo legal. Pero ¿qué sucede cuando este concepto se traslada al campo de la tecnología?. Álvaro Soliverez, desarrollador de KDE, señala que la soberanía tecnológica implica el control de los medios de producción, de los productos generados por esa tecnología y la capacidad para mejorarla y modificarla.

Señala que en Argentina “es muy marcada la dependencia tecnológica. Hoy no existe soberanía tecnológica ni mucho menos, es más, no existió prácticamente en ningún momento de la historia del país; entonces, es importante que se empiece a manejar este concepto y a prestarle atención, sobre todo, en relación a los últimos acontecimientos relacionados con el tema del espionaje (que es lo que hizo saltar el tema a la primera plana), aunque esto va mucho más allá del manejo de la información. La cuestión implica que, directamente, un día te puedan bajar la palanca y decirte que no tenés más una infraestructura digital, que no estás más conectado a internet o que no podes utilizar más los sistemas que usas y que tenés que salir a buscar un reemplazo de emergencia”.

Si se habla de intentos o proyectos que vayan en camino de lograr esta autonomía, Álvaro destaca a Huayra Linux (el sistema operativo para las netbooks de Conectar Igualdad), porque “la soberanía tecnológica no es simplemente cambiar un producto por otro y hacerlo ver como mejor, sino que es un tema de proceso, de tener control sobre todo el proceso del producto, y Huayra Linux tiene esa mentalidad. Empezó basado en una distro de Linux, que es comunitario y no está bajo el control de ningún grupo específico, y se capacitó a la gente, se formó a los referentes técnicos y se fue estableciendo así toda la cadena implicada. En relación a esta visión de proceso en su conjunto, pienso que tenemos que llegar a tener desarrolladores de aplicaciones, de sistemas operativos y gente que pueda lidiar con problemas de hardware para poder llegar a crearlo”.

Para graficar esta idea, el desarrollador cita un ejemplo paradigmático que se dio en el país, asociado a la energía nuclear: “no se sabe mucho, pero Argentina es uno de los pocos países con capacidad de gestión de energía nuclear; un ingeniero nuclear alemán vino al país prometiendo hacer milagros, se le dio la plata para eso y no lo pudo hacer, fue una chantada. Pero a partir de eso, se crearon la Comisión Nacional de Energía Atómica y el Centro Atómico. Teniendo en cuenta el antecedente del ingeniero alemán, nadie nos iba a ayudar a generar y desarrollar energía nuclear, por lo que nosotros mismos tuvimos que desarrollar toda la cadena productiva: formar estudiantes, científicos, trabajadores, materiales, herramientas, instrumentos, centros de estudio y de capacitación, es decir, se formó toda una cadena completa, desde cero, y eso es un ejemplo histórico que sirve como modelo. Si realmente queremos ser independientes, tenemos que adquirir experiencia en todos los pasos del proceso productivo”.

Álvaro sostiene que tendría que suceder lo mismo con la tecnología digital ya que “en lo que tiene que ver con aplicaciones es más fácil, es donde tenemos más gente hoy en día, pero tenemos que ir metiéndonos más para abajo, tener experiencia en sistemas operativos, en distintos hardwares, poder crear chips como los que se usan en celulares (cuyo costo es relativamente bajo). Si a eso se le suma la utilización de dispositivos embebidos para autos, heladeras, televisores y controladores de distinto tipo, crear esos chips ya es mucho más barato. Tenemos que desarrollarlos y poder adaptar los sistemas operativos para que usen esos chips y hacer todas las adaptaciones necesarias para poder manejar toda la cadena”.

Si bien confiesa que no es un experto en cooperativas, el desarrollador se permite opinar sobre el potencial de estas organizaciones en el camino hacia la soberanía tecnológica. Para él, “este tipo de tecnología abre el camino a que con poca gente muy capacitada (es decir, con equipos relativamente reducidos, sin necesitar grandes empresas), se pueden hacer aplicaciones con funcionalidad diversa aplicados al contexto local.”

Hay un tema muy particular que es la gran cantidad de aplicaciones y sistemas que vienen desde afuera, comenta Soliverez; y agrega que “tenemos un país muy grande y con condiciones muy diversas, donde pareciera que todo se gestiona en Buenos Aires, pero la ciudad es muy distinta al resto del país. Por eso, las cooperativas te dan la oportunidad de tener grupos más reducidos que estén en el terreno, en los distintos lugares de todo el país donde las necesidades son diversas y las culturas muy diferentes; por ejemplo, tenemos provincias con varios idiomas oficiales, y un producto de una multinacional no te va a crear una aplicación con quechua, aimara o con lenguaje quom o mapuche, y eso si lo pueden hacer las cooperativas que estén en el terreno”.

Esto también vale en relación a las condiciones de infraestructura: “es importante adaptar los equipos para que funcionen los sistemas desconectados cuando nieva en la Patagonia o en San Juan, con el viento norte que de repente corta todo. Las cooperativas y los pequeños grupos son lo que pueden estar en el terreno y realmente adaptarse a las necesidades de cada lugar” afirma Álvaro.

A la hora de destacar ejemplos de soberanía tecnológica, es imposible no hablar sobre República de Venezuela y el caso PDVSA. En ese sentido, Álvaro relata que “después del golpe de estado contra Chávez, uno de los pasos que se tomó fue reemplazar a toda la cúpula y mandos medios de la firma porque habían jugado a favor del golpe. Cuando eso sucede, empiezan a sabotear a PDVSA, que tenía sistemas Windows en gran parte de su infraestructura; con ayuda de Microsoft y de la Embajada de Estados Unidos, sabotearon el funcionamiento de pozos, refinerías, distribución, bajada de equipos, negación de servicios, etc. Básicamente, durante varios meses, pusieron a PDVSA de rodillas; imaginate un país sin nafta. A partir de esto se empezó a recuperar la infraestructura reemplazándola con sistemas Linux, con una migración de urgencia para reemplazar toda la infraestructura y poder restablecer el servicio en todas las etapas, desde la extracción del pozo hasta la distribución de nafta. Entonces, desde ese momento, Venezuela se da cuenta de que quedaba a merced de Estados Unidos, que los había declarado enemigos y les podía bajar la infraestructura en cualquier momento. Esto fue un secreto a voces durante bastante tiempo pero cuando sale el tema de WikiLeaks, ahí están los cables de la Embajada donde confirman toda la movida conjunta entre la oposición venezolana, Microsoft y la Embajada de Estados Unidos”.

Otro caso similar es el de Irán: “Entre Estados Unidos e Israel crearon un virus apuntado directamente a los servidores y máquinas que funcionaban en las plantas nucleares iraníes, ese virus se distribuyó en todo el mundo. La idea era que esas máquinas funcionaran mal y se rompieran pero, mientras tanto, el virus afectó más de cuatro o cinco millones de máquinas en el camino hasta llegar al objetivo” cuenta Álvaro. Y concluye que estos ejemplos muestran que “si quedas en el blanco de Estados Unidos o de alguna otra potencia, tienen un poder total sobre la infraestructura; por eso es fundamental tener sistemas propios y poder mantenerlos con infraestructura propia”.

En relación a esto, el experto sostiene que una situación parecida se produjo con YPF ya que “cuando se estatiza, toda la infraestructura de sistemas estaba en España: los servidores de dominio, back up, etc.; fue una movida de un día, en medio de todo el revuelo, en la que pudieron traer esos servidores. Imaginemos lo que hubiera pasado si los españoles hubieran bajado esos enlaces, hubiera quedado toda la infraestructura central de sistemas de YPF del otro lado del charco”, reflexiona Soliverez.

A la hora de hablar de la diferencia entre soberanía tecnológica y libertad tecnológica, Álvaro caracteriza cada uno de estos conceptos indicando que “la libertad tecnológica implica que yo pueda hacer lo que quiera con esa tecnología: abrirla, ver que tiene adentro, revisar el código fuente, ver qué contiene realmente, modificarla, poder utilizarla para lo que quiera y no para lo que me dicen de acuerdo a los términos de uso que definió el fabricante, y a su vez compartirla”.

Esta definición implica una visión individualista, explica Solivarez, a diferencia del concepto de soberanía tecnológica, que contempla una dimensión política: “toma el concepto de país, el concepto de personas como comunidad, como grupo, inclusive está muy arraigado el concepto de Patria Grande, abarcando no solo a Argentina sino a toda Latinoamérica y países en desarrollo, con la idea de poder ayudarnos entre nosotros. En ese sentido, desgraciadamente, el concepto de libertad tecnológica es marcadamente individualista; alcanza, es una condición necesaria para la soberanía tecnológica, pero no es suficiente; podríamos migrar toda la infraestructura del país a software libre y aún así no tener soberanía tecnológica”.

En cuanto a la modernización y la incorporación de tecnología, desde una perspectiva crítica, Álvaro analiza la manera en la que “nos venden mucho que la introducción de tecnología es buena, en pensar un país eficiente, moderno, tecnológico; todo lo que sea tecnología es bueno pero hay que tener precauciones, por ejemplo, con el caso del voto electrónico, que puede llegar a ser una aberración si es mal controlado. Y también se piensa que introducir tecnología es bueno, más allá de la manera en que se haga, y lo cierto es que uno ve ejemplos y no es así. Si se toma en cuenta que la tecnología se tiene que adaptar al terreno, en la Patagonia hay muchísimo viento, entonces, hay que aprovecharlo de alguna manera con molinos de viento, turbinas eólicas, y hay dos maneras de hacerlo: ver en el lugar qué materiales hay disponibles, qué saberes hay disponibles en la gente, si lo que se implemente va a poder ser mantenido con los elementos y saberes del lugar o si cuando se rompa algo va a haber que pedir un repuesto a Japón. A veces lo que se compra es un producto y no tecnología, no se la aprende”.

Asimismo, Soliverez piensa que hay que tener en cuenta “para qué uno quiere introducir tecnología, por ejemplo cuando se diseñó la línea de ferrocarriles, en el caso de Tucumán, sirvió para que las materias primas salieran más rápido y la consecuencia fue que se inundo la región de productos manufacturados importados; entonces hay que pensar si lo que se implementa es realmente para modernizar al país o si es para extraer más rápido las riquezas que, obviamente, terminan repartidas entre unos pocos”.

En definitiva la invitación es a dejar de dar por hecho algunas cuestiones y ponerlas en perspectiva, histórica y política, para poder dar cuenta de las razones que las hacen posibles y sobre todo, de cuáles son sus consecuencias. Podés seguir a Álvaro en @asoliverez.

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