drodriguez 25 noviembre, 2019

Franco Mazzocca tiene 22 años y cree que la tecnología es clave para impulsar la inclusión de las personas: “Si alguien quiere innovar, la accesibilidad es un campo en el que todo está por hacerse”.

De imprimir un pequeño Pikachu a desarrollar prótesis que les cambian la vida a las personas, de “nerd e introvertido” a joven integrado y con fuerte conciencia social. Franco Mazzocca sueña a diario con que la tecnología aplicada pueda servir para alcanzar mayores niveles de integración en la comunidad y, junto a un grupo de amigos, tiene un proyecto en el que –con la ayuda de una impresora 3D– hacen y entregan implantes en forma gratuita a quienes los necesitan.

Franco tiene 22 años, nació en Chubut y desde hace cinco que vive en Mendoza. Cuando se le pide una definición de sí mismo, duda, pero rápidamente explica que la curiosidad y la inquietud son dos términos que le sientan bien y no lo incomodan. “Hasta que no logro entender algo o darle alguna forma a lo que quiero, no descanso”, confiesa con una sonrisa, como si supiera que es el único camino posible para atrapar eso que se dice inalcanzable.

Con su equipo, C3D Prótesis, lleva entregadas más de 22 piezas y entiende a la perfección que en la colaboración creativa se esconde la clave para “contribuir a algo mejor”. Quizás sea por eso que, cada vez que puede, refuerza el concepto que de que él no es un inventor, pero sí alguien que construye sobre algo que ya hizo otra persona: “Este universo está abierto a todo el mundo, si vos ves cómo empezó todo y hasta dónde hemos llegado, es algo realmente emocionante”.

-¿Siempre supiste lo que querías ser?

-No siempre, este año me cambié de carrera. Ahora, estudio Ingeniería Electrónica; antes, estudiaba Mecatrónica, porque siempre supe que tenía inquietudes técnicas. Eso sí, desde la primaria, sabía que iba a ir a una escuela técnica y lo hice. Cuando escuché de Mecatrónica dije: “Guau, esto es lo que más se parece a lo que me apasiona” y me metí, pero una vez adentro no estaba muy conforme con la forma en que se dictaba y, bueno, me cambié. Igual, sigo pensando que la Mecatrónica es lo que más me gusta.

-¿Cuál fue la primera vez que viste una impresora 3D?

-En la secundaria. Tenía un profesor, Daniel Madeira, que fue uno de los primeros que empezó a incursionar en armar una impresora 3D de cero. Me acuerdo de que iba a visitarlo todos los días y le preguntaba “¿Cómo vas? ¿Ya está lista?”, y cuando salió el primer hilito me lo llevé de recuerdo (risas). Al final de ese año, me puse en campaña y pude tener la mía.

-¿Qué fue lo primero que imprimiste?

-Un muñequito de Pikachu, porque tenía algo de material amarillo. Pero, rápidamente, empecé a buscar cómo aprovechar las herramientas para hacer cosas útiles. El primer laburo pago que hice fue para la Universidad de Cuyo: fueron unas figuras cuadráticas para las clases de Geometría, y eso ya era un golazo para poder estudiarlas y apreciarlas en forma física. A partir de ahí, empecé a pensar en cómo llevar esto a tecnologías útiles. Me enteré de un proyecto que se llamaba “Robohand” (surgido originalmente en Sudáfrica) que hacía impresiones de prótesis 3D, me voló la cabeza y me bajé el manual, pero no sabía de nadie que las necesitara y quedaba todo en el mundo de las ideas platónico. La primera familia que se contactó conmigo fue la de Valentino Luconi.

 Lo primero que imprimí fue un muñequito de Pikachu, pero rápidamente empecé a buscar como aprovechar las herramientas para hacer cosas útiles.

-¿Qué te pasó la primera vez que entregaste una prótesis?

-Fue un momento hermoso, de muchos nervios. Previamente, había hablado con el papá del nene, pero nunca en persona, siempre a través de correos electrónicos y fotos. Sin embargo, cuando vimos que el nene se puso la prótesis, fue un momento único y de mucha emoción de todos. Sobre todo, de Valen, porque quizás ese instante fue algo que él no soñó nunca con vivir. Así que ver eso concretado fue algo hermoso.

-¿Y qué fue lo primero que hizo Valentino?

-Al principio, cuando quisimos colocársela, no entraba y nos pusimos algo nerviosos, pero después nos dimos cuenta de que estábamos poniéndosela al revés. Pasado ese momento, fue todo risas. Igual, ese primer modelo ya no se usa más y no era muy útil porque se desarmaba, aunque para esa ocasión sirvió plenamente porque sirvió para que pudiera tomar un rollo de papel higiénico entre las manos, y eso lo puso contento. A la semana, ya estábamos haciendo una nueva (el modelo “Felix hand”), con una tecnología muy superior.

-¿Y todavía la usa?

-Si, hace poco vino Valen y todavía la usa, pero le está quedando chica y ya tenemos que empezar a hacer otra cosa porque se la dimos hace casi dos años.

-¿Qué es para vos la “colaboración creativa”?

-Hoy en día, contamos con un montón de herramientas para comunicarnos con gente de todo el mundo, de todos los ámbitos y cada uno de ellos tiene algo distinto para aportar. Por lo tanto, si alguien sabe más de diseño que yo, no puedo ponerme en terco cuando algo no sale como debe y decir “Esto es lo mejor que se puede hacer”; no, lo que debo hacer es buscar a alguien que pueda contribuir a construir algo mejor.

-¿Cuán importante es este concepto para vos?

-Muy importante, porque siento que, muchas veces, tomamos bastante de lo que hace otra gente. En lo personal, trabajo bastante con software libre y me nutro de los desarrollos de un montón de personas; el problema aparece cuando nace esa necesidad egoísta de establecer “Esto es mío y no quiero que nadie lo use”, porque termina siendo una actitud un poco hipócrita. Mi planteo es que aprendí 3D, tuve mi primera impresora y me dedico a esto gracias a la comunidad, entonces todo lo que haga tiene que volver a la comunidad.

-¿Creés que hay que fomentar más la idea de la colaboración creativa?

-Sí, hay que incentivar a los chicos a situaciones en las que puedan trabajar de esta manera. Te doy un ejemplo: doy clases de Robótica, enseño programación Arduino a jóvenes de entre 12 y 16 años, en el colegio Thomas Edison, en Mendoza, y siempre les remarco que nosotros usamos esa plaqueta porque es barata debido a que tiene un diseño libre y que le cargamos una librería, que también es de uso libre.Lo que quiero decirles es que esto nos abre puertas a la posibilidad de crear y me parece que es responsabilidad de los educadores reforzar estas ideas para no olvidar desde dónde partimos la mayoría de nosotros.

 La ‘colaboración creativa’ es muy importante y mi planteo es que aprendí 3D, tuve mi primera impresora y me dedico a esto gracias a la comunidad, entonces todo lo que haga tiene que volver a la comunidad.

-¿Cómo influye la tecnología en la inclusión social?

-Me encanta trabajar en lo que respecta a tecnología para la accesibilidad porque noto que hay muy poco desarrollo sobre eso. Para alguien que busca innovar, es difícil encontrar un campo donde no esté todo hecho, y en este terreno hay un universo inmenso para explorar.

-¿Y cómo se puede hacer?

La tecnología tiene que impulsar la inclusión, pero no desde un costado económico, porque como muchas veces se trata de cuestiones muy específicas, hay gente que dice: “Puedo desarrollar algo, total hay gente que va a pagar bastante por esto”, y tendría que ser la misma tecnología la que impulse esto para hacerlo más accesible económicamente para ayudar a más gente.

-¿En qué estás trabajando en la actualidad?

– Uno de los proyectos en los que estoy trabajando actualmente se llama «La fábrica invisible” que se enfoca en la accesibilidad para personas ciegas. Dijimos: “Che, estaría bueno que trabajemos con algún un juego de mesa”, e investigando, nos dimos cuenta de que había muy poco. Entonces, me puse a trabajar en algunos diseños y los subimos a Internet para que los puedan usar en todo el mundo. Cuando pienso en que hay algo que hice y que va a servir para ayudar a integrar a gente, siento que es un golazo. Desde entonces, hemos hecho muestras de retratos «tocables» de personas ciegas que pueden sentir con las manos, mapas con relieve, entre otras cosas; ahora, estamos trabajando en la fabricación de juegos de mesa accesibles, que van desde adaptaciones de juegos clásicos a otros concebidos desde un principio con este fin.

-¿Con qué soñás?

– Mi sueño es poder seguir haciendo lo que me gusta y que sea rentable para mi estilo de vida. Aspiro a seguir perfeccionándome porque no quiero armar prótesis que solo sirvan para la foto y ya, quiero que ayuden de verdad a la gente. Por eso, con mi equipo –Gonzalo Torres, Facundo Frasca, Melisa Trinajstic, Sofía Pereyra y Vicente Archer–, intentamos trabajar con los mejores materiales y queremos armar algo, con tutoriales y guías, para que en distintos puntos de Argentina tengan la capacidad de fabricar prótesis con la misma calidad que las nuestras a fin de que, si alguien nos escribe, por ejemplo, desde Santa Fe, podamos recomendárselo con total tranquilidad.

 

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