Una vez cada cuatro años, la apertura del Congreso de la Unión Matemática Internacional (IMU, según sus siglas en inglés), concita la atención de la comunidad matemática mundial: más allá de las charlas y conferencias que reúnen a las mayores figuras de la disciplina, es el día en que se otorga la medalla Fields, considerada el Nobel de la matemática.
Pero esta vez la cita tiene una significación especial para los argentinos: en la ceremonia inaugural de la conferencia que este año se realiza en Seúl, Corea, acaba de anunciarse que Adrián Paenza, cuyos artículos, libros y programas televisivos cautivan a millones de lectores y espectadores, recibirá el premio Leelavati 2014, la mayor distinción otorgada a divulgadores de esta disciplina. El premio se le concede «por su contribución decisiva para cambiar el modo en que todo un país percibe la matemática en la vida diaria» y por «su entusiasmo y pasión para comunicar la belleza y la alegría de la matemática«. En la entrega, Paenza dará una conferencia frente a miles de los más destacados matemáticos de todo el mundo.
«Hay 25 charlas de éstas por siglo -cuenta Paenza, a través del teléfono-. Que un argentino ocupe ese lugar es muy impactante. En el hemisferio Norte hay muchos que se dedican a la difusión de la matemática, como Marcus Du Satoy, Brian Hayes, Ian Stewart. Yo el premio se lo hubiera dado a alguno de ellos, por ejemplo. Estar en la misma liga me hace sentir… no sé… es estar en un lugar donde llegan muy pocos.» En 2010, la distinción fue nada menos que para el célebre Simon Singh, aclamado autor de libros como El último teorema de Fermat y The code, productor y director de programas científicos para la BBC.
Después de una larga carrera en distintas vertientes del periodismo, Paenza se volcó a la divulgación de la ciencia como conductor de Científicos Industria Argentina (que ganó cuatro premios Martín Fierro), de varios programas educativos (Alterados por Pi, Explora y Laboratorio de ideas, entre otros), y autor de la serie Matemática… ¿estás ahí? (Episodios 1, 2, 3,14, 100 y 5, Editorial Siglo XXI), que lleva vendidos más de un millón de ejemplares, y de ¿Cómo, esto también es matemática? (Sudamericana).
El reconocimiento llega en un momento notable para la matemática local: en la misma reunión se eligió vicepresidenta del consejo ejecutivo de la IMU a Alicia Dickenstein, investigadora del Conicet en el Instituto de Investigaciones Matemáticas Luis Santaló y profesora en el Departamento de Matemática de Exactas de la UBA, y hace poco el joven Miguel Walsh recibió el premio Ramanuján.
-¿Cómo se te ocurrió hablar de una de las disciplinas más abstrusas para el gran público, en los medios de comunicación masiva?
-En Científicos [Industria Argentina], termino todos los programas planteando un problema y después cuento la solución en el siguiente. Hace unos años, Diego Golombek hacía del «cocinero científico», y un día me llama por teléfono a Chicago y me dice que quiere que escriba un libro para la colección Ciencia que Ladra. Entonces yo le pregunto: «¿Sobre qué?» «Sobre los problemas que planteás en el programa«, me contesta. «Diego, eso no le va a interesar a nadie«, le digo. Él me hace la cuenta y me dice: «En dos años ya tenés que tener un montón de material. Vos no te preocupes, yo los edito y lo publicamos«. Le pedí que me lo dejara pensar. Había hecho 52 programas por año, dos años eran 104. Con 100 problemas, si escribo dos por día en 50 días termino el libro, pensé. Me llevó un poquito más, pero de ese libro se vendieron más de un millón de ejemplares. Si hubiera sabido lo que iba a pasar, hubiera escrito los libros hace veinte o treinta años. ¿Quién podía imaginarlo? Y así empezó todo.
-¿También los programas de TV?
-Un día estaba con Claudio [Martínez], iba a lanzarse el Canal Encuentro y yo no conocía a Tristán Bauer. De repente, entra con el primer libro de la colección Matemática. ¿estás ahí? en la mano y me dice: «Lo que yo quiero es hacer este libro por televisión«. Así empieza «Alterados por Pi». En 2005 [Ernesto] Tiffenberg [director de Página/12] me llama, nos reunimos en un bar y me ofrece que escriba la contratapa del diario una vez por semana. «¿Sobre qué?«, le pregunto. «Escribí sobre lo que quieras«, me dice él. «Mirá, no me digas eso porque yo te escribo la demostración del Teorema de Pitágoras«, le contesto. «Y bueno, escribila«, sigue. Yo la escribí y él la publicó. Así nacieron las contratapas sobre matemática.
-Una broma muy difundida sobre el primer libro del físico inglés Stephen Hawking dice que es el más vendido y el menos leído de la historia. ¿En tu caso, recibís un retorno de tus lectores?
-Mucho. Primero por mis programas. Hay una página de Facebook donde dejo un problema e inmediatamente aparecen ocho millones de soluciones. Después yo cuento la solución y aparecen los comentarios sobre las soluciones. Recibo pilas de mails cada vez que sale una contratapa en Página. No los contesto porque si tuviera que contestar los que vienen de los libros, del diario, de Alterados por Pi. De Científicos. no hago nada.
También tuve otra señal hace algunos años cuando me entregaron un premio de la Conabip porque [¿Matemática estás ahí?] era el libro más requerido de todos los que tenían las bibliotecas populares. Y pensá que todos se pueden bajar gratuitamente de Internet en el sitio de la Facultad [de Ciencias Exactas]. Se han bajado mucho más de un millón de veces. Es una barbaridad lo que ha pasado. Esto también demuestra la necesidad que había y hay de este tipo de difusión sobre un tema para el cual en castellano hay poco para elegir. Ni hablar cuando vamos con «Alterados por Pi» al interior: es como si llegara una banda de rock.
-Tradicionalmente, la matemática es la materia más resistida de la escuela. ¿Recordás alguna anécdota especial de tus intercambios con los chicos?
-Tengo una extraordinaria. Entro a un colegio primario. Los chicos están en recreo, pero de pronto me ven y un montón de gurrumines se me ponen alrededor. Me hablan, me tironean. Uno me desafía: «¿Cuánto es mil por mil?» En un momento determinado, una chiquita me mira fijo y me pregunta: «¿Vos no te equivocás nunca?» Se me pone la piel de gallina mientras lo recuerdo. Nunca nadie me dijo nada que me impactara tanto. ¿Te das cuenta cómo tocamos la vida de estas personitas?
-¿Y qué le contestaste?
-Que no tenía idea de la cantidad de veces que me equivoco. Todo el tiempo. Ése es otro de los mensajes que quiero dar: que todos nos equivocamos, que hay que aprender a decir «no sé».
-Hiciste una larga carrera en el periodismo, pasaste por los deportes y la política, tuviste mucho éxito en todo lo que emprendiste, pero volviste a tu primer amor. ¿La matemática te sigue atrayendo como cuando eras estudiante y te iniciaste como profesor?
-A mí me atrapa. Nunca dejó de interesarme, con distintos grados de intensidad en cuanto al tiempo que le pude dedicar. Recuerdo que cuando era alumno pensaba: «Soy una persona feliz«. Fui un tipo muy feliz. Tuve mucha suerte. Tuve la oportunidad de hacer todo lo que me gustaba. Disfruté mucho de mis años en la universidad y los seguí disfrutanto aun en la transición de estudiante a docente. Hice el ingreso en 1964, junto con quinto año del secundario. Y en 1965, cuando cursaba las primeras materias, los que habían sido docentes míos en el ingreso me ofrecieron ser ayudante ad honorem. Tenía 15 años. Había hecho primer año libre y entré con 11 años a segundo año. De esto me acuerdo porque es completamente irrelevante. Lo que es importante es haber tenido los padres que tuve, que nos dieron las oportunidades de las que disfrutamos mi hermana y yo. Si todos los niños que nacen tuvieran las posibilidades que tuvimos nosotros, no se hablaría de niños prodigios. Mi mamá me llevaba a aprender a patinar sobre hielo, aunque en Buenos Aires no nieva. De la misma forma que me llevaban a aprender inglés, o a aprender a tocar el piano. Estoy convencido, de verdad, de que todo niño nace con un conjunto de destrezas. A lo mejor, un chico que ahora está limpiando un parabrisas en Juan B. Justo es un Picasso o una Martha Argerich en potencia y nunca lo vamos a saber. Démosles la oportunidad. A mí me la dieron. Y no tenían nada, eran de clase media baja. Mi vieja era una inmigrante polaca que no terminó el secundario; mi padre no terminó la universidad, ninguno de los dos fue matemático ni tenía nada que ver con las ciencias exactas. Mi padre había cursado en la Facultad de Filosofía y Letras. Mi vieja era tenedora de libros, pero de oficio, no porque estuviera recibida. Para mí es muy significativo. Eso y la educación pública, la única manera de angostar la brecha entre los que tienen y los que no tienen. Alicia [Dickenstein], Miguel [Walsh], yo. somos todos producto de la universidad pública.
-¿Cuál te gustaría que fuera el efecto de tus programas y libros: que más jóvenes se dediquen a la matemática, que más personas puedan gozar de su costado lúdico o que aprendan a pensar con el rigor del pensamiento matemático?
-Sería infinitamente arrogante imaginar que voy a tener la posibilidad de modificar algo tan sustancial como la percepción de toda una comunidad. Eso me parece una tarea ciclópea y que no depende de una sola persona. Lo que sí puedo decir es que tienen incidencia, porque están ocurriendo cosas: que exista una colección como la de Siglo XXI, que a una editorial como Random House le interese publicar estos libros, que haya obras de teatro o películas, como Copenhague. canales como Encuentro, parques como Tecnópolis, no son hechos aislados, sino señales de que algo está pasando.
El 3 o el 5 de febrero de 1988, Carlos Ulanovsky me pidió una columna para la página central de Clarín, y yo escribí un artículo que él tituló En defensa de la matemática. Empezaba: «¿Matemática, estás ahí?» Y seguía: «No, me estoy poniendo las preguntas«. Increíble. Eso se publicó en 1988, pero hasta que apareció el primer libro pasaron 17 años. Ninguno de nosotros estaba preparado. O sea que cuando pasó, es como cuando llegó la NBA a la Argentina, estaban dadas las condiciones.
-¿Hay también algo de desafío intelectual, de juego en contra del prejuicio?
-No tengo la expectativa de que todos se conviertan en matemáticos, pero sí de que la matemática por lo menos esté incluida en el menú. Nada confiesa un adulto con mayor convicción y sin temor a reconocerse ignorante que su ineptitud para la matemática. Cuando estoy en una reunión social, me dicen: «A mí no me preguntes nada porque soy un burro«. Sin embargo, nadie dice con la misma soltura: «Mirá, yo no sé leer» o «Me relaciono mal con la gente, soy pésimo para eso«. Es como si formar parte de la infernal mayoría de los que no pertenecen te diera lustre. Y yo contra eso voy a luchar mientras respire.
Qué dicen sobre el premio
Nicholas Negroponte, creador del Media Lab, del MIT:
«Conozco muy bien a Adrián y su trabajo. Es un héroe de la matemática. Su presencia en los Estados Unidos y la Argentina ha inspirado a muchos jóvenes, para no mencionar a todo el mundo hispanohablante. No puedo pensar en una nominación más calificada.«
John Sulston, Premio Nobel de Medicina o Fisiología 2002:
«Estoy encantado de que Adrián Paenza haya sido nominado para este premio. Tiene un enorme alcance y es apreciado por sus lúcidas presentaciones y por su defensa de la educación para todos sin restricciones. Admiro el trabajo que ha realizado. Creo que es un candidato maravilloso.«
Un premio para las celebridades de los números
- En la entrega del premio Leelavati 2014, que le otorgó la Unión Matemática Internacional, Adrián Paenza dará una conferencia frente a miles de los más destacados matemáticos del mundo. «Hay 25 charlas de éstas por siglo. Que un argentino ocupe este lugar es muy impactante. En el hemisferio norte hay muchos que se dedican a la difusión de la matemática, como Marcus DuSatoy, Brian Hayes, Ian Stewart. Yo el premio se lo hubiera dado a alguno de ellos, por ejemplo», contó el periodista y matemático. En 2010, la distinción para el célebre Simon Singh, aclamado autor de libros como El último teorema de Fermat y Thecode, productor y director de programas científicos de la BBC.
- Leelavati, el nombre que lleva el premio, viene de un tratado del siglo XII escrito por el matemático indio Bhaskara (o Bhaskaracharya). El autor presenta una serie de problemas escritos en verso como desafíos a una persona llamada, precisamente, Leelavati. Según la leyenda, ése era el nombre de la hija de Bhaskara y el libro surgió de los esfuerzos del autor para consolarla por la cancelación de su boda. El tratado se convirtió en una especie de manual para estudiar matemática en la India medieval, fue traducido al persa y se utilizó en todo Medio Oriente.