El predio que comparten el Instituto Balseiro (IB) y el Centro Atómico Bariloche (CAB) combina la voluntad humana con la belleza del bosque andino patagónico. Entre casas de piedra y laboratorios de avanzada, el parque de 46 hectáreas es un entorno autosuficiente de oficinas, dormitorios, bibliotecas, comedor, jardín de infantes, banco y almacén.
Público y gratuito, el IB forma profesionales en cuatro carreras de grado y siete de posgrado, con énfasis en el laboratorio. Cuando están por recibirse, sus alumnos se integran a grupos de investigación del CAB y aprenden con sus especialistas en energía nuclear, ciencias de los materiales, nanotecnología y bajas temperaturas. El objetivo es que sean sólidos en la formación y versátiles en el abordaje de nuevos problemas para «contribuir a la investigación y desarrollo de actividades que satisfagan los intereses del país«.
En estas aulas se habla de reactores, inteligencia artificial, rayos cósmicos, superconductores, física cuántica y termodinámica. Los estudiantes tienen acceso a científicos ganadores del Nobel, a compatriotas estelares (en enero estuvieron el holandés Gerardus ‘t Hooft y Juan Martín Maldacena, que trabaja en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, donde descolló Albert Einstein) y a egresados que ya están dejando su huella: tres de ellos vienen de desarrollar un sistema de vigilancia aérea basado en GPS, un sensor de imágenes que detecta partículas de materia oscura y un dispositivo que controla un robot submarino que inspecciona reactores nucleares.
En sus 62 años de vida;se recibieron 715 licenciados en Física, 372 ingenieros nucleares, 91 ingenieros mecánicos y nueve en telecomunicaciones (la primera promoción fue en 2015). El IB lleva nueve años seguidos aumentando su cantidad de postulantes: de 73 en 2008 a 210 en 2017, cuando ingresaron 55 alumnos. Para entrar hay que tener aprobados dos años de una carrera afín, rendir un examen escrito con problemas de mecánica, hidrostática, electricidad, óptica y cálculo diferencial, y participar de una entrevista personal. No hay límites de edad ni restricciones de nacionalidad. Todos los ingresantes reciben becas de 12.000 pesos para cubrir gastos de alojamiento y alimentación, con vacaciones pagas en enero, julio y una semana por semestre.
Las clases son personalizadas: hasta diez profesores por cada 45 alumnos. Los que enseñan son investigadores en actividad. Los que aprenden, jóvenes con foco en el pensamiento crítico y la resolución de problemas de alta complejidad. En su cruce inédito entre educación de élite y espíritu inclusivo, el Balseiro generó sus propios mitos. «Algunos alumnos son genios«, acepta el docente Guillermo Abramson. ¿Cómo se da cuenta? «Porque son mejores que uno. Por las conexiones que hacen, por la profundidad de las preguntas«.
La mirada de los alumnos
Después de haber empezado el semestre, seis alumnos comparten su visión de la vida en el IB. «Es un salto gigante de la zona de confort; al principio te pega por todos lados«, dice el rosarino Lucas Báez Miranda, estudiante de Ingeniería Mecánica. «Ayuda mucho encontrarte con los que vienen de otras carreras. Cada uno va enseñando sobre lo que sabe«, explica Fabricio Lozano, de Santa Fe, que cursa la maestría en Física. A Michel Gartner (bahiense, Ingeniería Nuclear) le gusta la diversidad: ya contó compañeros de todas las provincias y todos los países sudamericanos.
Micaela Kortsarz (de Salta, licenciatura en Física Médica) se sorprendió con los laboratorios y el nivel de los profesores, «súper disponibles para ayudarte en lo que necesites«, aun un domingo a la mañana. Matías Simonetto (santafecino, licenciatura en Física) destaca la experiencia de cursar en los laboratorios del CAB. Las facilidades se pagan con un nivel de exigencia inédito. «Los contenidos de un semestre de mi carrera previa me sirvieron para una semana y media de cursada«, reconoce José Quinteros, salteño que sigue la ingeniería en Telecomunicaciones. Cuando les preguntan si se sienten privilegiados, todos responden que sí. Lucas, que antes de llegar a Bariloche trabajaba de costurero en una fábrica, plantea que el estrés académico se contrarresta con la pérdida del miedo a aprender: «Es como un colegio militar para la cabeza. Te enseñan a ser autónomo«.
A cambio del 15% del valor de la beca, los estudiantes pueden alojarse en los pabellones. Desde hace un año y medio, Brenda Gray (cordobesa, Ingeniería Nuclear) y Belén Llaneza (mendocina, Telecomunicaciones) conviven en una habitación reducida, con dos camas, dos escritorios y dos sillas. Cuando no encuentran la paz en el pabellón, buscan alternativas como la Biblioteca Leo Falicov, un espacio luminoso sin obsesión por el silencio; de hecho tiene una «Sala Parlante». Cuando necesitan descansar la mente, el Centro de Estudiantes gestiona un cineclub, equipos de música y video, kayak para el verano y esquíes para el invierno. Además pueden usar una sala de juegos, el salón de reuniones El Electrón, dos gimnasios y canchas de tenis, pelota paleta y fútbol. Una Oficina de Bienestar organiza cuatro salidas anuales al aire libre. Ya hicieron rafting en el Limay, subidas al cerro Otto y camping en Villa La Angostura.
El modelo organizativo del IB hace que su tasa de egresos roce el 90%. Aunque todos piensan en maestrías y doctorados, algunos ya proyectan aplicaciones concretas. Lucas quiere enfocarse en la robótica y la inteligencia artificial. Fabricio, en los dispositivos cuánticos para sensores en medicina. A Brenda le gustaría trabajar en reactores. A Belén, en las interfases cerebro-máquina. Michel no se limita: recuerda que el intendente de Bariloche se recibió de ingeniero nuclear acá mismo. Los demás siguen meditando sobre un futuro que asoma brillante.
El nombre del padre
La oficina de Carlos Balseiro está a pasos de un retoño del mismo manzano que inspiró a Isaac Newton para su teoría de la gravitación universal y, más significativamente, de la tumba de su propio padre, que murió cuando él tenía diez años. Le quedan recuerdos fragmentados: los días de pesca en el río Limay, las visitas en lancha a la isla y que «hacía unos barriletes espectaculares«. Aunque niega el mandato familiar, Carlos egresó del IB como licenciado y doctor en Física. Asumió la dirección en 2016, después de una votación entre docentes y alumnos.
José Antonio Balseiro, su padre, doctor en Ciencias Fisicomatemáticas, presidió la Asociación Física Argentina y trabajó en el Observatorio Astronómico de Córdoba, su ciudad natal. En 1950 viajó a Manchester para profundizar sus investigaciones sobre física nuclear y teoría de campos. En un país castigado por la posguerra, a veces tenía que canjear los paquetes de comida que le enviaba su familia por cupones para conseguir carbón y sobrevivir al invierno.
Volvió al país para investigar al alemán Ronald Richter, que aseguraba haber logrado la fusión nuclear controlada en la Isla Huemul. La comisión que integró demostró que era falso, aunque ese final habilitó un principio: el del Instituto de Física que empezó a dar clases en agosto de 1955. Los sucesores lo rebautizaron con su apellido y expandieron las investigaciones en temas como física nuclear y de metales. En 1972 se inició un programa que derivó en la creación de INVAP, la empresa mixta que participa en la construcción de satélites, reactores y radares argentinos.
«En el 55 había uno o dos físicos en todo el país. De repente salían 15 por año -repasa Carlos-. A fines de los 70 la incorporación de la ingeniería nuclear tuvo un gran impacto. Y en los 90 Bariloche jugó un papel muy importante en el estudio de los materiales de superconductividad a altas temperaturas«. En la lista de egresados están Francisco de la Cruz (integrante de la Academia de Ciencias de Estados Unidos), Conrado Varotto (director de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales), Alberto Rojo (especialista en mecánica cuántica), Cecilia Smoglie (referente en energías renovables), Alejandro Fainstein (desarrolla métodos ópticos para detectar moléculas) y Hernán Pastoriza (participa en un proyecto para fabricar tejidos cardíacos).
El director pide a los estudiantes «que tengan conciencia de que han tomado un compromiso con el país, incluso si siguen sus carreras en el exterior«. Entre los desafíos más inmediatos está fortalecer la especialidad en Física Médica: el CAB anunció la apertura de un centro de radioterapia modelo en América del Sur. El objetivo general: que en 20 años los egresados sean verdaderos innovadores.