drodriguez 12 diciembre, 2022

Con la guía de un profesor, e inspirados en Oliverio Girondo y las herramientas del taller, los alumnos escriben sus propios versos.

Nunca me imaginé escribiendo un libro. Empecé la escuela técnica pensando que iba a ir con un banquito, una palita o un martillo hechos por mí. Sin embargo, acabo de terminar segundo año y no tengo ni el banquito ni la pala, pero tengo un libro de poesía”, dice con un tono entre incrédulo y emocionado Federico Torres Vera, de 15 años, uno de los poetas electromecánicos de la Escuela Técnica N°25, Teniente 1° de Artillería Fray Luis Beltrán. “Todavía no caigo -completa su compañero Leandro Sosa- porque hasta hace menos de un año ni siquiera sabía lo que era la poesía, y ahora mirá”.

Los chicos están sentados en una mesa grande de la biblioteca con otros estudiantes y el profesor de Lengua y Literatura, Pedro Nazar. Esperan con altas expectativas la llegada de las cajas con los ejemplares recién impresos de XD, las barreras mentales, que escribió todo 2°4° bajo la guía del profesor e inspirados en las herramientas del taller y el poeta vanguardista argentino, Oliverio Girondo. Están continuando la experiencia de Nashe, poesía de la distorsión, el libro que vio la luz justo un año antes, con los chicos de la misma división de 2021, algunos de los cuales también están ahí.

Ni en diez vidas me imaginé escritor. Quien habla ahora es Santiago Choque, otro de los poetas, de los de la edición pasada. “Aunque pasamos de año, algunos de los compañeros seguimos conectados a través del libro. Nos dio oportunidades”. La satisfacción de su voz se traduce en dos números que recuerda y repite: 37 y 63, las páginas en las que aparecen sus poesías.

Nashe marcó un recorrido y representa una ilusión. Hace menos de dos meses, el 24 de octubre pasado, justo el día del electricista instalador, fue presentado oficialmente en la Cámara Argentina de Instaladores Electricistas. Y entre los stands de empresas del rubro que estaban exponiendo sus productos, las poesías tuvieron su protagonismo. A los jóvenes escritores, que van a una escuela que les ofrece solamente dos especialidades técnicas muy concretas, o mecánica o electrónica, les resultaba extraño y fascinante que les compraran libros y hasta les pidieran que se los firmen.

Es una experiencia única que todos los chicos deberían experimentar. Tenes tu espacio, para escribir lo que vos quieras, para ser libre y lo mejor es que aprobás por eso. Por ser libre”, destaca Franco Pomessa. Puede sonar tan extraño como innovador para quienes están acostumbrados a “sacar una hoja”, pero la idea es justamente esa: expandir, crear, apropiarse de las herramientas del taller y del espacio apelando a la imaginación, jugando con las palabras y estableciendo un puente entre las materias teóricas y las prácticas, que en las secundarias técnicas suelen estar bien separadas.

Tiene un sentido especial, entonces, que en las clases de literatura salgan del aula y se encuentren entre las mesas del taller de hojalatería, o las del de carpintería que está al lado, para reflexionar sobre las distintas formar de amor que conocen. Entonces el martillo pasa a ser “un conejo con orejas de metal”, como escribió uno de los chicos.

Desde clase de lengua pretendo que empiecen a utilizar pensamiento creativo y lúdico como parte de las herramientas de trabajo, para adquirir la habilidad de resolver problemas, de trabajar en equipo, de pensar las relaciones humanas. Desde el uso del lenguaje, los estudiantes pueden extrapolar todo eso a las diferentes áreas de su vida”, asegura el profesor Nazar. Los libros de Girondo, con mención especial para Espantapájaros, son la referencia y el hilo conductor de las actividades de los ejercicios literarios que se abren al juego.

Cuando lo hacíamos nos divertíamos, nos reíamos, hablábamos entre nosotros, porque quizás alguien decía una frase y otro la continuaba”, recuerda Santiago. A su grupo le tocó hacer primer año en 2020, todo virtual por la pandemia, y durante 2021 en burbujas, con lo cual la interacción grupal fue difícil, como conocer las herramientas que veían semana por medio.

El proyecto que implementó comenzó en 2017, cuando el profesor Nasar tuvo una idea, la de crear un nuevo género literario, la “industria ficción” como algo paralelo a la ciencia ficción. Así surgió el puntapié de un concurso literario de cuentos inspirados en la ingeniería, la mecánica, las fábricas. Primero, en segundo año de la Técnica N°25, pero fue creciendo hasta llegar a ser interescolar y convocar a todos los estudiantes de todas las escuelas técnicas de CABA.

Así, la edición 2022 del concurso de cuentos industriales tuvo un jurado de lujo compuesto por el escritor Pablo De Santis, el científico y divulgador Diego Golombek, el matemático Marco Bressan y la coordinadora del Programa Vocar del Conicet, Bernardette Saunier Rebori.

Mientras tanto, las actividades del aula siguieron por el camino de la poesía. Los dos libros fueron materializados a pulmón, con la ayuda de la cooperadora y el impulso de Nazar, que se encargó de crear el sello editorial, Industria Ficción, y el trámite de propiedad intelectual.

“Para nosotros el taller era un destornillador, medir, cortar… no tenía mucho más sentido que eso”, asegura Federico mientras Leandro asiente: “No siento lo mismo. Antes veía un martillo y pensaba que era para golpear, ahora lo miro y me planteo otras cosas”. En efecto, como escribió Franco, ahora saben que con un martillo también pueden “romper la rutina”, o “las tinieblas”.

 

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